frio

Parte 1/3
Gracias Fabi por tus consejos.


El creciente bochorno empapaba las sombras, multiplicando la rigurosa climatología en la calurosa tarde. Junto al mercado, en las martingalas usadas como mesas por los vendedores de pescado en salazón y especias, buscando protección bajo la escasa sombra del techumbre de cañas y barro seco, algunas mujeres enlutadas con los delantales usados para el desecado del los peces de la laguna, charlan con jóvenes entre los que descubre diferentes amigas del colegio de la Columniata, Isabel Victoria, su compañera de pupitre, rolliza, de rojizos mofletes y abundante pecho y trasero, que intenta disimular bajo el sucio vestido negro de volantes y cenefas dibujadas de suciedad y hastió, Andrés Lorenzo, el hijo secreto del párroco a juzgar por todos los comentarios de las comadres mas viejas del lugar, fruto de sus amoríos mas prohibidos que privados pues era de público conocimiento la debilidad de Don Severo por las faldas, motivo por el cual mas de un marido celoso prohibió la confesión de su mujer en tanto el maldecido servidor del señor, no fuera castrado, en justa venganza por cualquier ingrato poseedor de cornúpeta fama y honra mancillada al amparo de la cruz que decía amar. Junto a la plaza porticada, detrás del patio de la escuela de música, chicas y chicos, estudiantes a horas perdidas y sueños dejados sobre las viejas libretas de solfeo, que fueron sus compañeros intentan arrancar una marcha fúnebre, hundiéndose una vez más en su torpe desconocimiento de las artes musicales, piensa en las mal pintadas y acartonadas aulas donde ha pasado largas e improductivas horas intentando arrancar algún sonido reconocible al violín, Oye el pesado caminar de sus familiares mas allegados, su tito Antonio y sus primos, el pequeño Vicente con la ropa vieja carcomida por el abandono secular al que tan acostumbrados estaban en el pequeño pueblo fronterizo, demasiado cerca del mar, decía su tita Mariana, secándose el sudor de su cara con mas barba que años, como para librarnos de la humedad y demasiado lejos repetía una y otra vez para gozar de su brisa salvadora. Compañeras de clase, bachilleres de pechos prominentes y pocas espectativas ante la escasez de chicos con alguna característica interesante, mas allá de la poca fortuna que todos lucen, en ocasiones con orgullo que raya la estupidez, por su pertenencia a la banda de música del villorrio. Colegas confidentes de calle y juegos a escondidas bajo la escasa luz de las farolas nocturnas, cuando el calor del verano parece derretirse entre las oscuras sombras del atardecer, cuando el sol y la luna parecen encontrarse, se acarician y bailan hasta despedirse de nuevo entre dorados cielos que las lejanas montañas van ocultando. Todos ellos siguen en silencio el cortejo por las estrechas callejuelas de San Severio de la Laguna Seca. Algunos árboles desperdigados, acacias, y álamos grises, que milagrosamente resisten los cambios estacionales tan bruscos, cobijan bajo su verde amarillento ramaje a gentes serias y llorosas, niños y mocosos en calzones cortos y descalzos, hombres y mujeres quemados por el tiempo y el hambre, arrugados por los días a la intemperie, todos con sus ropas oscuras y los pañuelos en la mano, parecen llorar, la mayoría se santigua a su paso, algunos impúberes lanzan flores silvestres , senecios, crisantemos, narcisos y amapolas de un blanco refulgente. Monjas del cercano convento de la Trinidad y perros famélicos que ladran al paso de carruaje, observa el sudor en todos ellos, animales con el pelo apelmazado trinitarias y comerciantes, mozalbetes y meretrices con las ropas pegadas al cuerpo, colegialas que se dejan abrazar por los empapados brazos de jóvenes excitados, mas por la próximidad de ellas que por el ambiente que llena de melancolia y olores florales el sucio recorrido del feretro que va adquiriendo el rojizo color del polvo de las calles que atraviesa. Gentes a las cuales apenas si recuerda o conoce, agobiados por el calor del día, con la cabeza baja, murmurando oraciones que extrañamente le suenan con toda nitidez, voces que le llegan y la estremecen, quisiera responderle, gritar les pero solo puede sonreír, cobijada en su solitaria atalaya desde la que divisa, huele y escucha un llanto apagado, un grito mas que un silencio mas que una callada apuesta que proviene descansando sobre una melodia nueva para ella, diferente, cargada de sensaciones que parecen salirle del alma, que crecen desde dentro y hacía fuera en una alarde de negras notas y sintonias de dolor que no puede reconocer pero que siente que nacen de ella. Sigue percibiendo el calor externo mientras abraza su viejo instrumento de cuerda, sorprendida por el frió de su propio cuerpo. Pese a la estrechez del habitáculo y del propio carruaje que la traslada, se siente cómoda y tranquila, apenas nota el ajetreo del viaje, los constantes saltos de las ruedas sobre el empedrado camino. Intenta recordar, pero su memoria parece frágil, tanto como las estructura del carro que con sus crujidos de madera vieja y carcomida parece querer romperse con los perezosos pasos de las negras mulas que lo arrastran. Le cuesta trasladar a su memoria los últimos momentos del día, siente las manos de su tita vistiéndola, allí sobre la cama, empapada por el sudor que le provoca el esfuerzo, abandonandose bajo el potente sonido de las campanas, restos olvidados de la época colonial, de cuando algunos mercaderes, de dudosa reputación se instalaron en la entonces prospera villa, campanas sufragadas según relataban los mas viejos con el tráfico de esclavos procedentes de lejanos países cuyos nombres jamás habían oído mencionar.